La masonería no es una organización política, aunque en ocasiones sus miembros fueron perseguidos por causas políticas. Tampoco es una secta religiosa, aunque sus adeptos confiesan una fe absoluta hacia sus principios. En el pasado la Iglesia Católica los trató como a herejes y muchas monarquías los consideraban una amenaza fatal para sus coronas por su insistente vocación de oponerse a cualquier tiranía religiosa o política.
Sin embargo, en el presente masónico cubano por primera en 150 años, Lázaro Cuesta ha sido el primer negro que alcanza la dignidad de Gran Maestro de la Gran Logia de Cuba.
Cuesta levanta su mano derecha y hace el primero de siete brindis rituales. “Preparen armas, apunten, fuego”, ordena el maestro de ceremonias para cada sorbo. Después los masones entrelazan sus manos en una “cadena fraternal” y proclaman “Libertad, igualdad, fraternidad”.
Cuesta ha sido uno de los sobrevivientes de los cambios que sufrieron los masones luego del triunfo de la revolución de 1959 hasta 1990.
Con 72 años de edad y 50 de masonería comento, “Superamos una crisis en principio de las décadas de años 60 y 70 (…) una gran cantidad de hermanos masones decidieron dejar el país por una razón u otra, y la masonería quedó deprimida”.
En Cuba la masonería también cuenta con un pasado ilustre, indisolublemente ligado a la formación misma de la nacionalidad y en sus filas militaron los hombres que luego lucharon por la independencia del país. Y aunque solo es una institución estrictamente masculina, pero admite como paramasónica la femenina “Hijas de la Acacia”, fundada en 1936.
En abril de 1961 Fidel Castro se declaró socialista, nacionalizó la enseñanza y promulgó una reforma urbana, cortando las fuentes de financiamiento de los masones y las iglesias.
La masonería en la isla tiene ahora una membresía creciente, por lo que no resulta ocioso reflexionar sobre el papel de esta institución en la historia de la nación y su innegable resurgimiento en la actualidad.
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