La principal terminal aérea del país recibió en solo la primera etapa del año una significativa cantidad de viajeros, para los que su estancia no ha sido tan maravillosa.
Cuando toca salir del avión les toca sortear los cubos que recogen las goteras del techo. Con un aire acondicionado que apenas refresca el calor de la isla. La infraestructura del edificio apenas puede soportar, faltan locales gastronómicos y el desabastecimiento cada vez se siente más.
Solo tenemos estas dos cafeterías acá arriba», cuenta una de las empleadas que despacha. «Hoy no nos ha llegado la cerveza y tampoco hay agua, solo estamos vendiendo café además de pan con jamón y queso»
Los baños son la peor parte, «Huelen mal y, aunque el servicio es gratis, las empleadas piden dinero. De una manera un poco disimulada pero lo piden», cuenta Yesenia, quien se trasladó desde Matanzas para recibir a un hermano que regresa de México.
Desde hace dos años el Ministerio de Turismo proyecta la construcción de un alojamiento de cinco estrellas en las inmediaciones del aeropuerto, pero el proyecto no acaba de concretarse. Por lo que actualmente no hay lugares de alojamiento que no sean los arrendatarios particulares de la zona.
A esto se suma el extremo control de la aduana sobre los equipajes, cuya minuciosidad no solo está destinada a evitar delitos sino a controlar dispositivos tecnológicos introducidos en el país o cantidades elevadas de productos de uso común.
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