Serafin Barca, un podólogo cubano pasará media hora cortando los callos del pie de un anciano, o casi una hora removiendo una verruga obstinada, por el precio de un dólar.
Este hombre de 80 años está entre los últimos trabajadores médicos privados de la Cuba comunista, que se enorgullece de su salud pública universal y gratuita y que ha prohibido la creación de nuevas prácticas médicas privadas desde 1963 -el año en que Barca se graduó en su especialidad después Cuatro años de estudio.
Barca está ocupado desde la mañana hasta la noche tratando a pacientes frustrados con la ineficiencia del sistema estatal.
«El servicio es de mayor calidad», explica Barca. «Si recibes un paciente y no lo tratas bien … no lo recuperas.»
Algunos cubanos creen que permitir más prácticas privadas mejoraría los servicios y ayudaría a aliviar la carga estatal, permitiéndole concentrarse en cirugías y tratamientos más complicados que requieran tecnología sofisticada.
Un número creciente de cubanos en los últimos años han comenzado a quejarse de la calidad de los servicios médicos gratuitos, los cuales muchos dicen que han sido afectados por los médicos que salen en misiones internacionales de salud o se trasladan a países como Estados Unidos en busca de salarios más altos y una mejor calidad de vida.
Martha García, una jubilada de 72 años, ha estado visitando a Barca por sus problemas en los pies durante más de una década.
«Podría ir al Policlinico, pero no recibo la ayuda que necesito porque dicen que no tienen el equipo necesario», dijo en una clínica de salud gratuita en La Habana.
Sólo queda un puñado de médicos privados en la Isla ya que el Gobierno no ha permitido nuevos en más de medio siglo.
El presidente Raúl Castro ha permitido la privatización legal de empresas que van desde cafeterías a albañilerías hasta salones de belleza, pero no se les ha dado a los profesionales médicos e ingenieros, abogados y arquitectos.
Por ahora, no hay indicios de que las autoridades estatales amplíen esa liberalización al campo médico, considerado estratégico por el gobierno.
Barca, por su parte, asegura que seguirá recibiendo a pacientes en su oficina llena de gente mientras su salud lo permita. Trabaja cuatro días a la semana, siete horas cada día.
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