Sacerdote cubano Alberto Reyes: «Este pueblo un día se levantará de esta tumba y renacerá con toda la energía de sus olvidadas raíces»

Lastimosa la realidad que ha plasmado en un texto, el sacerdote cubano Alberto Reyes, quien durante años ha dirigido fuertes críticas hacia el régimen, y que aunque se ha dado cuenta la realidad de la Isla es difícil de cambiar, bajo la dictadura más longeva del hemisferio, no pierde la fe, y asegura Dios no se olvidado del pueblo cubano.

El párroco camagüeyano publicó ayer viernes un texto de su autoría al que tituló He estado pensando… (XLVII), en el mismo asegura que «los rostros» que ve a diario en las calles del país comunista le «gritan» y en ellos es palpable el temor y la desesperanza.


«Rostros en pueblos olvidados como Donato, Jiquí, Palma city, Lombillo…, con sus calles sin futuro que alternan entre fango y polvo, según llueva o haya seca; donde puedes oírle decir a un niño: “El hambre duele” y otro puede sonreírte con dientes negros y ya perdidos por las caries», escribió.

«Pueblos donde la gente se automedica porque no tienen médico ni esperanza de tenerlo, y donde si te da una apendicitis de noche o tienes un accidente grave lo más posible es que mueras porque la ambulancia no llegará a tiempo o no llegará nunca, y aún así, la vida seguirá y no pasará nada», aseveró.

A lo largo de su escrito, Reyes siguió detallando con conmovedoras palabras las penurias de los antillanos, con «rostros cansados, agobiados» y «desesperanzados».

Ya sea de «padres que no que no encuentran los antibióticos que sus hijos pequeños necesitan, o de personas que tienen que operarse y no logran conseguir la lista de insumos que le han pedido sus médicos».

Enfermos que «sobreviven como pueden con remedios», en pleno siglo XXI, cuando la ciencia y la medicina han avanzado lo suficiente como para que estas personas puedan ser tratadas dignamente.


«Rostros de familias a las que no les alcanza su salario, y no tienen a nadie en el extranjero que les dé una mano, y pasan hambre. Desayunan un poco de café o un agua con algo, y sólo pueden hacer una comida al día», prosiguió.

«…Niños con zapatos rotos y ropas remendadas, rostros de adultos que duermen entre cartones en los portales de las tiendas, rostros de gente que se te acerca y te pide dinero para comer», admite.

Reyes recuerda también a los que fueron lanzados al destierro, que no por emigrar tienen la vida resuelta como se piensa, marcados lo que les quede de tiempo sobre esta tierra con el dolor de haberse quedado sin país.

El padre católico reconoce que muchos han emigrado «sin poder llevarse el corazón en el pasaporte».

Asimismo recordó a los presos políticos «por decir en público lo que es un secreto a voces», condenados a largos años tras las rejas y a innumerables torturas por el «pecado» de la disidencia.

«¿Qué todo esto puede decirse de otros muchos países? Es cierto, pero el hambre de la Patagonia no hace menor el hambre del cubano, ni los mendigos australianos son un consuelo para los nuestros», aclara.

«¿Qué en otros sitios ocurre lo mismo? Por supuesto, pero eso no se soluciona con vacíos discursos triunfalistas, ni multiplicando forzadas marchas públicas de fingido apoyo, ni con eslóganes gritados a voz en cuello», continúa.

De igual modo, el clérigo puntualiza que por muy dura que sea la vida en otros sitios del mundo, «si hay libertad hay esperanza», y por ende «un motivo para alzar la mirada, para levantarse una y otra vez».

Sin embargo, «muchos de los rostros que le rodean se sienten presos, y han perdido la esperanza, o la han reducido a una sola: «Irse».

En palabras de este hombre de fe, mientras él tenga fuerzas y su alma vibre» seguirá uniendo su voz a los que creen que un cambio, «un amanecer es posible».

«Que este pueblo un día se levantará de esta tumba y renacerá con toda la energía de sus olvidadas raíces. Uniré mi voz a los que creen que Dios no se ha olvidado de este pueblo, y que piden a ese Dios que les dirija las palabras que un día le dijo a un cansado Jeremías: «Yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes: designios de prosperidad, no de desgracia, planes para darles un futuro, y una esperanza», concluyó.


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